En el vasto paisaje de la educación, la generatividad emerge como un valor fundamental que trasciende generaciones. Nos invita a reflexionar sobre cómo nuestras experiencias y enseñanzas no solo moldean nuestro presente, sino que también configuran el futuro de aquellos que seguirán nuestros pasos. En este sentido, nuestros abuelos y mayores juegan un papel crucial; ellos son los portadores de una sabiduría invaluable que se hereda y se transforma en un legado vivo. A través de sus historias y enseñanzas, nos brindan las herramientas necesarias para comprender el mundo y superar sus desafíos. En esta publicación, quiero compartir uno de esos recuerdos que atesoro, un momento con mi abuelo que me enseñó lecciones que aún resuenan en mi vida.
Cuando era niño, en las tardes de verano en las que
hacía “aire”, mis hermanos y yo solíamos subir con mis abuelos a tratar
de volar nuestras cometas con más desatino que acierto, en la
maravillosa explanada que se encuentra en los aledaños de la histórica
Ermita de la Virgen de Sonsoles. Ya por aquel entonces, relacionaba la
importancia del lugar para mi abuelo Marcelino, cuando argumentaba con
pasión que la elección del nombre de mi madre se debía al de aquella
virgen.
La verdad sea
dicha, si a mi abuelo le gustaba contar “historietas”, a mí mucho más
escucharlas; además, he de admitir que algunas historias cobraban aún
más fuerza de una vez a otra, ya que era muy dado a “adornarlas” con la
magia propia que aporta la edad.
Recuerdo
como si fuera ayer la primera vez que me relató la leyenda de la Virgen
de Sonsoles, que hoy quiero compartir con vosotros.
Dos
pastorcillos abulenses a los que les gustaba investigar y juguetear en
los campos de Serranillos advirtieron cómo se emitían entre las rocas de
un peñasco destellos de luz que deslumbraban y cegaban. “Ni cortos ni
perezosos”, se aproximaron al lugar, donde, con sus jóvenes manos,
consiguieron introducirse entre las cuevas, quedándose “cara a cara”
frente a los ojos responsables de esos “haces de luces”. Al unísono
exclamaron: “¡SON SOLES!”, quedando así “bautizada” la advocación
mariana, que a día de hoy muchos continuamos visitando y venerando.
Un abuelo es una enciclopedia semoviente. Por mucho que pensemos que cambia el mundo, la esencia de las personas y las situaciones vitales no cambia, y para valorar eso no hay nada como la experiencia de los abuelos.
ResponderEliminarLa generatividad es fundamental para el desarrollo y bienestar de las generaciones futuras, ya que implica la capacidad de contribuir al crecimiento y aprendizaje de otros. Nuestros abuelos, como fuente insaciable de conocimiento, encarnan esta esencia: sus experiencias, sabiduría y tradiciones son tesoros que nos enseñan lecciones valiosas sobre la vida, la resiliencia y la conexión humana. Al escuchar sus historias, no solo honramos su legado, sino que también fomentamos un vínculo intergeneracional que nutre nuestra identidad y perspectiva en el mundo. La generatividad, entonces, se convierte en un puente entre el pasado y el futuro, enriqueciendo nuestras vidas y fortaleciendo nuestra comunidad.
ResponderEliminarQué hermoso relato sobre la generatividad y el legado familiar. La conexión entre las enseñanzas de nuestros mayores y nuestras propias experiencias es invaluable. La historia de tu abuelo y su pasión por compartir leyendas como la de la Virgen de Sonsoles resalta la magia de la tradición oral y cómo estas vivencias moldean nuestra identidad. Gracias por compartir un momento tan significativo y recordarnos la importancia de atesorar y transmitir esas historias que nos conectan con nuestras raíces. ¡Sin duda, un legado que perdura!
ResponderEliminarNuestro abuelos son un regalo que nos da la vida. Porque aunque de niños no nos demos cuenta, ellos siembran con su cariño, sabiduría y dedicación una semilla en nosotros que es un regalo que nos hacen para toda nuestra vida.
ResponderEliminarSin ninguna duda es inexplicable el valor de su experiencia en vida...
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